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Se desangra.


Lo llamé todo el fin de semana, pero no logré hablar con él. Desmoralizado tras la última llamada no respondida, decidí que me acercaría hasta su casa el lunes, aunque tuviese que desviarme de mi camino. A esas alturas eso era lo que menos me importaba. Solo quería saber cómo estaba, cómo se encontraba, cómo respiraba aquel corazón que dejé palpitando con dificultad sobre la baranda de su balcón, cuando el atardecer coqueteaba con las gaviotas, antes de marcharse a descansar.

Después de pulsar repetidas veces el telefonillo, al fin me contestó. Por un momento dudé si esa voz que había escuchado era la de él, pero conocía bastante bien la coletilla con la que siempre saludaba. Una vez en el portal y mientras esperaba al ascensor, seguía pensando en esa voz que había escuchado segundos antes. Sabía que era la de él, sí, pero estaba rajada, descosida, alguien había agrietado esas cuerdas vocales con cuchillas afiladas de dolor y desamparo. No tuve necesidad de ver al dueño de esa voz para saber que se estaba quedando sin vida.

Al llegar a su piso la puerta de la entrada estaba entreabierta, así que no tuve necesidad de llamar. Tras cerrarla y vocear que ya había llegado, sentí recorrer un insólito frío por todo mi cuerpo. Reconozco que me asusté un poco, forzando mis pasos para que éstos me llevaran cuanto antes al salón. Pero una vez que llegué a la altura de aquel umbral, no fui capaz de avanzar. Mis pies se quedaron petrificados bajo el marco de aquella puerta.

En esos instantes percibí que las paredes desprendían abandono, melancolía, destierro. Con las persianas echadas y las ventanas cerradas, la única luz que había procedía del resplandor de un televisor cuyo volumen se encontraba a media voz, quizás por miedo a no molestar.

En la mesa se daban codazos para permanecer de pie vasos de tubo, botellas vacías de ron y una cubitera que servía en esos momentos de estanque para pipas y clínex. Al verla supuse que los hielos abandonaron aquel barco antes de que naufragara por si solo. Justo en el borde, rozando el abismo de la desesperación, observé un cenicero adicto no solo a la nicotina de los cigarrillos que se esparcían por toda la estancia.

En el suelo pude ver cajas vacías de pizza, trozos de revistas, folletos de publicidad, varios calcetines sucios, cartas, fragmentos de un reloj, trozos de cristales que antes habían cobijado fotos y recuerdos, muchos recuerdos descuartizados por el agotamiento al no encontrar respuestas a la multitud de preguntas que flotaban en el aire. Sobre el sofá sobrevivía una manta a duras penas, ahogada por unos cojines, y en medio de todo ese caos, de ese desorden, de esa anarquía estaba él, descompuesto, partido, fracturado, desarrapado.

Aparté todo lo que me impedía llegar hasta él, y como pude me hice un hueco a su lado. Al rozarme con él, sobraron las palabras. Sentía su dolor como si fuera mi dolor. Sufría su tortura como si fuera mi tortura. Padecía su tormento como si fuera mi tormento.

Ambos sabíamos que hay amores que el alma no tiene hilos con los que poder supurarlos cuando deciden marcharse. Y ambos sabíamos que cuando eso pasa, el misterio que dejan hay que remolcarlo el resto de nuestros días.

Y así he pasado toda la noche, acunándolo entre mis angustiadas manos. Y así lo he acariciado hasta que la aurora ha sonrojado el marco de las ventanas. Y así lo he arrullado entre los pliegues de unas entrañas que deambulan por pasadizos carentes de luz. Y así lo he mecido al son de los latidos de unos sueños que se han desvanecido de golpe. Y así lo he rozado con mis labios, y éstos se han descarnado al desprenderse de él.

Ha habido momentos en los que lo he visto callejear entre las sombras de lo que fue cuando los recuerdos de tu voz se han disfrazado de lejanas sonrisas. Lo he oído gritar sin abrir la boca, maldecir las huellas de la ausencia, escupir sobre su rostro cuando los espejos del ayer han vuelto a reflejar la silueta de tu abandono. Lo he escuchado navegar entre lágrimas acumuladas entorno a unos pies cansados y sin fuerzas que no dudaban en perseguir la estela de tu mirada. Lo he sentido rasgarse la piel a jirones buscando el aroma que tus besos le regalaban cada noche. Lo he contemplado tallar palabras en el aire con la ingenua esperanza de que el viento las acercase hasta tus oídos.

Pero es humano, y tras mucho esquivarlo, el sueño le ha vencido. Y al dejarlo soñar, con un latido afligido, he visto un corazón donde la soledad está haciendo de las suyas al corretear por sus venas.

Sin hacer ruido, me he marchado, no sin antes susurrarle al oído que siempre estaré a su lado, que no le dejaré solo, sabiendo que el martirio por el que está pasando fragmentará nuestros cimientos.

Y ojala algún día los tuyos se tambaleen cuando seas capaz de leer esta carta rubricada con la tinta de su propia sangre. Y cuando lo hagas, entenderás por qué se desangró por entre las costuras de tus silencios y jamás volvimos a verlo.


P.D. Artículo que participa en el Primer Concurso Cartas de Amor del blog http://elpoderdelainocencia.blogspot.com

Comentarios

  1. Me ha encantado... no puedo creerlo. Es genial!!!!!

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  2. ¿Cuánto nos dice ese escrito, y en estos momentos lo entiendo aín mejor, nadie sabe que es la soledad hasta qur la siente, es algo atroz, pero siempre se encuentra a alguien que te acompaña. GRACIAS.

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  3. Me ha gustado mucho, aunque es algo triste, pero es una realidad cercana. Ojalá que nadie tuviera que pasar por esos malos momentos nunca. Pero como dice Azahar siempre hay alguien que te tiende su mano.

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