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Mostrando entradas de 2012

Un paseo para recordar

De los placeres que aún nos quedan por disfrutar sin que por ello el Estado nos cobre una tasa o un impuesto (todo se andará) se halla el de pasear. Es algo que se encuentra al alcance de todos, y todos en algún momento optamos por este sistema para evadirnos de nuestros ahogos o asfixias con la excusa de estirar las piernas. Para pasear simplemente se requiere calzarse de unos zapatos que sean cómodos, buscar una buena compañía para que los silencios entre los futuros diálogos no sean catalogados como incómodos y -quizás lo más importante-, dejarse aconsejar por el viento cuando no sepan a donde dirigir sus pasos; supongo que él, como amante que se cuela por los callejones y sabio seductor de veletas a media tarde sabrá indicarles la ruta a seguir cuando surjan las dudas. Confíen en sus susurros. También pueden hacerlo de manera solitaria, ataviándose de unos simples auriculares para ignorar al ruido externo que constantemente nos envuelve; pueden pasear de la correa y

Entre una mula y un buey.

               Desde hace años al ponerse el sol, se detiene un rato ante la ventana de aquel salón donde las huellas de sus días van trazando sus últimos silencios entrecortados. Se atrinchera entre las cortinas y el visillo, y sin apenas hacerse notar, asiste en la lejanía a esa despedida amarga y melancólica que cada tarde termina con la eterna promesa de volver a colorear con tonos rojizos y anaranjados las ropas que aun bailan sobre los cordeles de las azoteas.     Siente que es uno de esos momentos en los que puede aspirar vida, y ha hecho de ese instante rutinario el refugio donde sus manos cansadas reposan, donde sus caricias olvidadas resurgen y donde sus recuerdos,  envenenados de nostalgias, corretean por entre las yemas de sus dedos.  Suele quedarse allí hasta que la luna comienza a perfumar con besos y juramentos los zaguanes de la impaciencia, y le gusta recordarle a esa dama solitaria que tiene que seguir velando por sus sueños antes de que éstos mueran al

Cartas marcadas

                           La conozco desde hace años y sé, por sus ausencias, que no anda demasiado bien. No me lo quiere confesar por temor a romper sus murallas cimentadas en cristal, pero lleva unas semanas con la angustia y la tristeza envolviendo sus alientos. El último revés que la vida le ha dado ha sido desmedido, siente que le ha pillado ya mayor, casi sin fuerzas, y la esperanza a que esta situación cambie la está consumiendo poco a poco. Apenas come. Apenas habla. Apenas duerme. Se pasa las tardes rumiando sobre una butaca preguntas que atraviesan sus dudas. Deshoja entre sus dedos el anhelo de retorcer el tiempo para que éste empiece a corretear de nuevo. Se castiga con cada sollozo, y de tanto flagelarse se ha llegado a creer que la culpa en esta historia sólo la ha tenido ella. En la distancia que nos une me la imagino arrastrando sus pies al maquillarse la luna, y al acercarse hasta una habitación desahuciada por el egoísmo y las prisas, esperará en silen

Recuerdos tatuados.

                              Sin apenas darnos cuenta vamos depositando los resguardos de nuestros días, las nostalgias del ayer o las lágrimas que el viento no sabe cómo secar entre los poros de nuestra piel. Esa piel que crece con nosotros a la par, tapizando nuestros miedos, solapando nuestras emociones y ahuyentado nuestras dudas, es la misma piel que muda de color cuando las ausencias nos pellizcan el alma, y ayer por la tarde las mías me pidieron la venía para que fueran revividas. Lo que estas ausencias no saben es que ellas no necesitan amoratarme el corazón para que las recuerde cada vez que el calendario se viste del luto, pues desde que se marcharon las llevo arrimadas a mis pulsos, viven contiguas a mis pisadas, florecen pegadas a mis sueños y cada vez que abro los ojos al despertarse la mañana, las acaricio antes de abandonar mi cama. No necesito un día con coloretes para acordarme de los que ya no están a mi lado. Sé que desde que partieron han estado ah

Mirando las estrellas.

               El pasado martes por la noche se fue la luz allá por donde uno vive. Sin carta de aviso y sin llamar a la puerta -ni siquiera lo quiso hacer con los nudillos-, se ausentó de nuestras vidas durante un rato, quizás porque necesitaba descansar de tanta necedad que ve a su alrededor, quizás porque necesitaba coger aire para seguir puliendo las sombras de nuestros pensamientos y huellas o, quizás, porque necesitaba aliviarse, cerrar los ojos y guardar durante unos instantes silencio. Uno, que no fue ajeno a esa sensación dulce e inofensiva de sentir cómo la tierra seguía girando sobre sí misma aunque careciera de visión para ello, quiso sumarse a ese mutismo, a esa discreción, a ese guiño que el cielo nos hizo mostrándonos su salpicado de estrellas, como un telón de navidad, y a oscuras - y descalzo-, me senté durante unos minutos en el patio desde donde me suelo aislar de los demás. Es allí, en esa pequeña trinchera donde guardo las risas de los amigos y las lág

Hay tantas cosas...

            Hay historias que no merecen la pena ser escuchadas, que no tienen vida, que no destilan escalofríos, ... y a su vez hay historias que al escucharlas, nos dan la vida, pellizcándonos la piel en cada golpe de voz;    hay cuerpos que no tienen alma, que caminan sin dejar rastro, ausentes al dolor y a la risa, ...y a su vez hay almas que buscan caminos en los que la sonrisa y el llanto les ayude a encontrar un cuerpo donde cobijarse; hay momentos que todos guardamos entre papeles de periódicos en algún cajón olvidado, entre reseñas que, con el daño que nos hicieron, quisiéramos no haber tenido que vivir, ... y a su vez quisiéramos revivir determinados momentos, aunque sepamos que la tinta con la que se suscriben abrirán heridas que aun no están cicatrizadas del todo; hay miradas que son cómplices de nuestros sentimientos, de nuestro pálpito a pálpito, de nuestra existencia, ...y a su vez hay sentimientos que palpitan cuando existe complicidad entre nuestras mirad

Por eso fui...

              Antes de que el aire termine de trasminar ese aroma con el que hace unos días perfumaste las calles, antes de que entre los recuerdos te cueles como un sueño vivido a destiempo, antes de que el sol se apodere de esa fábula que con dulzura escribiste sobre los adoquines de la noche, antes, antes de que todo eso suceda, un simple escribano como yo te va a contar el por qué decidió ir a buscarte.   A estas alturas sabes de sobra que mi corazón tiñe mis venas de negro, de ese negro acuchillado por el dolor y la muerte que cada mes de Septiembre se asoma por tu casa para rezarte entre auroras y horquillas, y sabes de sobra que por entre mis arterias se cuela ese tono rancio y añejo de un morado que pisotea adjetivos al regresar por Cristina.   A estas alturas sabes de sobra que nuestras miradas pocas veces se han topado en una callejuela o tras un zaguán de la plazuela, ese rincón que esconde ofrendas entre arrugas y llantos, salpicados éstos de sonrisas que se re

Dueño de mis silencios.

              Los que creen conocerme apelan a la sensación de que algo me pasa cuando me ven callado y ensimismado en mis cosas. Portadores de su verdad, no se atreven a preguntarme directamente si algo me sucede o me ocurre, haciendo mil conjeturas sobre mi estado de ánimo, sobre mis preocupaciones o sobre mi fe. Los que creen a pies juntillas conocerme enarbolan, a lo lejos, una bandera blanca con tintes a victoria cuyo lema ondea bajo la expresión “ él es así, y hay que dejarlo ”, lo que les permite no tener que franquear las puertas de mi verdad para no toparse con mis palabras. Tanto unos como otros tienen que saber que cuando me vean silente y ausente en mi día a día es porque en esos momentos prefiero guardar silencio para que la sangre que recorre mis venas no haga que mis latidos revienten. Como ya contemplo algunas canas sobre mi pecho, sé que hay mil maneras de encarar los problemas, de hacerse notar, de elevar la mirada,... pero desde un tiempo a esta p

Una rosa entre sus brazos

                       Los nervios de un nuevo encuentro ante Ti me hicieron despertar ayer domingo con una sonrisa distinta en mi cara. Al abrir los ojos abandoné entre mis sábanas al sueño que en esos momentos envolvía mi piel, y junto al frío que se colaba inquieto por la ventana me fui vistiendo para ir a verte. Al llegar a ese jardín en que se convierte cada mañana de septiembre tu plazoleta, todas las flores y palmeras de aquel lugar añejo coloreaban con sus aromas sus nervios e inquietudes, pues este año se habían propuesto robarte la pena que a cada segundo te va martirizando. Llevaban meses con esa idea rondándoles la cabeza. Lo habían hablado con las palomas, con los adoquines y con las sombras; la luna y las estrellas fueron cómplices de aquel secreto, y el mismo aire, ese que juguetea con los caprichos de tus alfileres, desveló el recorrido que ibas a seguir. Se sentían fuertes en sus intenciones, querían compartir con la Madre de Dios ese escarnio que su

La sonrisa de la luna.

              Hace un par de días mantuve una íntima conversación con un viejo amigo, alguien que llegó a mi vida cuando ambos teníamos toque de queda para llegar a casa los viernes, y sentí en aquellas palabras un maridaje de nostalgias y tristezas que a día de hoy aun perfuman mis pensamientos al atardecer. Sin guión establecido, recurrimos a rasgar el sobre lacrado de las anécdotas, esas que ambos guardábamos entre hilos de algodón en una esquina de nuestros recuerdos, y juntos recorrimos de puntillas aquellos años donde la inocencia y la pubertad nos iban jalando de los brazos para que alcanzáramos una madurez que tardaba en llegar y que se nos antojaba muy lejana; muchas veces me pregunto si la habré alcanzado ya. Al recordar hoy esa charla cierro los ojos y siento de nuevo entre mis dedos el reflejo de unos años donde fui libre de pensamiento, de palabra, y sobre todo, de acción. Y me doy cuenta de que hay cosas que ya no volveré a sentir. En esa época cami

Una Vieja Amiga.

    Hace un par de días volví a encontrarme con ella. Estaba intentando que mi piel fuera cogiendo su color veraniego de una forma natural, dejando que se tomara su tiempo, que cumpliera con cada una de sus fases de desarrollo sin prisas, y no encontré mejor crema que la de anclar mis pies descalzos bajo la orilla de una playa a media mañana, sentir el vaivén de una olas entre susurros y embestidas del aire, y advertir cómo los tobillos de uno se van solapando a los hilvanes de un mar que a esas horas ya se había pintado la cara con coloretes de inocencia.     Suelo hacerlo a menudo. Tanto en verano como en invierno. Me acerco de manera sigilosa hasta ese borde fronterizo que no deja claro donde acaba lo seco y donde empieza lo húmedo para oír, en parte, a ese mar del que tan preso soy, y para escuchar, por otra parte, lo que soy capaz de contarle entre murmullos de silencios. Sus respuestas, puestas en boca de esa espuma que se esfuma entre los dedos de los ilusos,

El color del llanto.

  A lo largo de mi vida he visto deambular por mis mejillas multitud de lágrimas, señal inequívoca de que mi corazón desata sus costuras de vez en cuando para romper aquellos silencios incómodos e hirientes, para acallar a una rabia que por momentos no le deja articular palabra o para enfrentarse a una tristeza que se viste de miradas y abrazos envenenados. Es una manera simple y personal de vaciarnos por dentro, de zarandear a nuestras heridas, de acunar a nuestras nuevas cicatrices y de tomar aire para enfrentarnos a unos recuerdos que el tiempo irá tejiendo entre pespuntes de nostalgias. Reconozco que me cuesta romper a llorar, que a veces intento hacerme el fuerte ante situaciones que me desbordan, que me agarro con ímpetu a la barandilla de la hombría porque eso es lo que los demás esperan de mí, pero en el fondo soy igual de vulnerable que los demás y, cuando exploto a llorar, lo hago sin miramientos ni remordimientos. Así, y echando la vista hacía atrás, m

Regalos sin envolver

                 Suelo enmarcar entre suspiros de asombro la cara que se me queda cada vez que tengo la suerte de recibir un regalo. Introvertido y poco dado a expresar en público lo que siento por miedo a condenarme a mis palabras o a mis gestos, reconozco que lo paso mal cuando en un momento dado soy yo el elegido para vivir una situación de esas, pues son los nervios y la incertidumbre los que toman de la mano las riendas de la alegría, y asisto con sorpresa cómo las tiras de papel se acumulan entre mis manos, oyendo de fondo las sonrisas del tiempo y los aplausos cómplices de los demás presentes. A día de hoy - y con más de treinta primaveras vividas bajo las huellas de mis sueños -, sé que tengo que aprender a enfrentarme a esos momentos con mayor tranquilidad; sé que tengo que vivirlos con mayor naturalidad; sé que debiera de disfrutarlos porque, al fin y al cabo, recibir un presente implica que alguien garabateó el rostro de uno sobre el cristal de cualquie

El aroma del Puerto.

         Tiene guardado en algún bolsillo de su memoria el lienzo de aquel rincón donde de pequeña correteaba buscando las risas cómplices de otros niños a la sombra de la tarde por la calle Luna. En su piel se confunden las arrugas de los años con las huellas de los granos de arena que embadurnaban su cuerpo antes de bañarse en las calas que ha bocados el mar ha atrapado para sus adentros, perfilando el perfil de aquella tierra sureña entre vientos y rocas. Sobre la ribera del puerto, vivió sus primeros amores. Apoyada sobre aquella baranda soñaba embarcar sus besos a bordo de aquellos barcos que zarpaban al atardecer diciendo adiós entre vaivenes de penas, y por la noche le gustaba regresar a casa despeinada, cogida de la cintura, robando suspiros a los silencios de los zaguanes donde la pasión se desataba a escondidas. Desde hace años no le hace falta mirar ningún calendario para saber que sus pies descalzos pronto volverán a pisar esos adoquines donde sus

Pétalos sin corona

          Sabía que existías en algún lugar. Sabía historias, retazos, leyendas que hablaban de Ti. Sabía que iba a ser un día grande para los hermanos de la Salle, un regalo para este pueblo, un fin de fiesta para los pies. Sabía que en las pupilas de tu mirada Sebastian Santos escondió los besos enloquecidos de una hija,… pero nunca imaginé que fueras así. Fui a tu encuentro vestido con el traje de inocencias, sabedor de que aquel no era mi sitio, de que aquel no era mi patio, de que allí no se escondía mi fe. Sólo quería verte pasar, no molestar y rezarte un Ave María cuando te tuviera enfrente, pues es la única forma que uno tiene para pedirte cosas sin alzar la voz - en este caso para que lo sigas cuidando -, y al final de la noche acabé con el traje oliendo a incienso y con los hombros llenos de pétalos de tu gracia. Me fui temprano para coger sitio. Lo miré todo con ojos inocentes; no me podía permitir el lujo de que se me escapara ningún detalle, pues quizás no volviera