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Mostrando entradas de junio, 2012

Regalos sin envolver

                 Suelo enmarcar entre suspiros de asombro la cara que se me queda cada vez que tengo la suerte de recibir un regalo. Introvertido y poco dado a expresar en público lo que siento por miedo a condenarme a mis palabras o a mis gestos, reconozco que lo paso mal cuando en un momento dado soy yo el elegido para vivir una situación de esas, pues son los nervios y la incertidumbre los que toman de la mano las riendas de la alegría, y asisto con sorpresa cómo las tiras de papel se acumulan entre mis manos, oyendo de fondo las sonrisas del tiempo y los aplausos cómplices de los demás presentes. A día de hoy - y con más de treinta primaveras vividas bajo las huellas de mis sueños -, sé que tengo que aprender a enfrentarme a esos momentos con mayor tranquilidad; sé que tengo que vivirlos con mayor naturalidad; sé que debiera de disfrutarlos porque, al fin y al cabo, recibir un presente implica que alguien garabateó el rostro de uno sobre el cristal de cualquie

El aroma del Puerto.

         Tiene guardado en algún bolsillo de su memoria el lienzo de aquel rincón donde de pequeña correteaba buscando las risas cómplices de otros niños a la sombra de la tarde por la calle Luna. En su piel se confunden las arrugas de los años con las huellas de los granos de arena que embadurnaban su cuerpo antes de bañarse en las calas que ha bocados el mar ha atrapado para sus adentros, perfilando el perfil de aquella tierra sureña entre vientos y rocas. Sobre la ribera del puerto, vivió sus primeros amores. Apoyada sobre aquella baranda soñaba embarcar sus besos a bordo de aquellos barcos que zarpaban al atardecer diciendo adiós entre vaivenes de penas, y por la noche le gustaba regresar a casa despeinada, cogida de la cintura, robando suspiros a los silencios de los zaguanes donde la pasión se desataba a escondidas. Desde hace años no le hace falta mirar ningún calendario para saber que sus pies descalzos pronto volverán a pisar esos adoquines donde sus

Pétalos sin corona

          Sabía que existías en algún lugar. Sabía historias, retazos, leyendas que hablaban de Ti. Sabía que iba a ser un día grande para los hermanos de la Salle, un regalo para este pueblo, un fin de fiesta para los pies. Sabía que en las pupilas de tu mirada Sebastian Santos escondió los besos enloquecidos de una hija,… pero nunca imaginé que fueras así. Fui a tu encuentro vestido con el traje de inocencias, sabedor de que aquel no era mi sitio, de que aquel no era mi patio, de que allí no se escondía mi fe. Sólo quería verte pasar, no molestar y rezarte un Ave María cuando te tuviera enfrente, pues es la única forma que uno tiene para pedirte cosas sin alzar la voz - en este caso para que lo sigas cuidando -, y al final de la noche acabé con el traje oliendo a incienso y con los hombros llenos de pétalos de tu gracia. Me fui temprano para coger sitio. Lo miré todo con ojos inocentes; no me podía permitir el lujo de que se me escapara ningún detalle, pues quizás no volviera