Tiene guardado en algún
bolsillo de su memoria el lienzo de aquel rincón donde de pequeña correteaba
buscando las risas cómplices de otros niños a la sombra de la tarde por la
calle Luna.
En su piel se
confunden las arrugas de los años con las huellas de los granos de arena que
embadurnaban su cuerpo antes de bañarse en las calas que ha bocados el mar ha
atrapado para sus adentros, perfilando el perfil de aquella tierra sureña entre
vientos y rocas.
Sobre la ribera del puerto,
vivió sus primeros amores. Apoyada sobre aquella baranda soñaba embarcar sus
besos a bordo de aquellos barcos que zarpaban al atardecer diciendo adiós entre
vaivenes de penas, y por la noche le gustaba regresar a casa despeinada, cogida
de la cintura, robando suspiros a los silencios de los zaguanes donde la pasión
se desataba a escondidas.
Desde hace años no le
hace falta mirar ningún calendario para saber que sus pies descalzos pronto
volverán a pisar esos adoquines donde sus días crecieron entorno a una luna que
se sonroja entre envidias y nostalgias, pues tiene que ser duro vivir tan cerca
del Cielo y no poder sostenerlo entre sus manos.
En las costuras de
sus palabras revolotean los recuerdos de los amigos, las caricias de las
historias vividas, los susurros a altas horas desvelados, los abrazos
acompasados, los deseos envueltos entre bulerías y pescaitos fritos… quimeras de juventud que se perdieron por azoteas
y campanarios al despertarse la mañana.
Al encontrarse en su
destierro forzado con algún que otro espejo, se busca la mirada para ver esos ojos
azules que provocaron mas de un silencio; se peina sus canas a sabiendas de que
todavía le queda muchas historias por vivir; se ríe de sus achaques, tiene
amenazado en una esquina su viejo bastón de madera, se sumerge en sus añoranzas
para recordar lo que le queda aun por
vivir,… y en el horizonte de sus pensamientos, desafiando al levante y al
poniente, sabe que cuando regrese otro verano al Puerto - a su Puerto -, el
reloj de la espera se detendrá sobre las plazoletas para que la vida se pasee a
velocidad de óleo.
Y allí, sentada al
fresquito de la tarde, con la vista puesta en la mar y viendo jugar a las
palomas entre chiquillos y cohetes, aspirará el perfume de aquella ciudad que
hace años la vio nacer y navegará por sus venas ese aroma para que así su
corazón pueda seguir latiendo un verano mas.
Preciosa historia en la que podemos vernos reflejados cualquiera, de hecho, en estas fechas añoro mucho loa tiempos de playa y piscina, sobre todo ver el mar, en la noche, puesta de sol o en cualquier momento del día, una verdadera matavilla.
ResponderEliminarAlberto, precioso. Qué creatividad tienes. Con todo lo que tenemos que hacer ahora y sacas tiempo.
ResponderEliminarNos vemos el lunes.
Javier G. Villegas
Me ha encantado...y por un momento he vuelto a mi niñez, a mi madre comprandome patatas en el puesto y subiendome en los carruseles de la ribera del marisco, mientras de seguro habría alguién viviendo los momentos que cuentas en tu relato....Un beso ¡¡
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