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Pétalos sin corona



          Sabía que existías en algún lugar. Sabía historias, retazos, leyendas que hablaban de Ti. Sabía que iba a ser un día grande para los hermanos de la Salle, un regalo para este pueblo, un fin de fiesta para los pies. Sabía que en las pupilas de tu mirada Sebastian Santos escondió los besos enloquecidos de una hija,… pero nunca imaginé que fueras así.

Fui a tu encuentro vestido con el traje de inocencias, sabedor de que aquel no era mi sitio, de que aquel no era mi patio, de que allí no se escondía mi fe. Sólo quería verte pasar, no molestar y rezarte un Ave María cuando te tuviera enfrente, pues es la única forma que uno tiene para pedirte cosas sin alzar la voz - en este caso para que lo sigas cuidando -, y al final de la noche acabé con el traje oliendo a incienso y con los hombros llenos de pétalos de tu gracia.

Me fui temprano para coger sitio. Lo miré todo con ojos inocentes; no me podía permitir el lujo de que se me escapara ningún detalle, pues quizás no volviera a verte nunca más reinando por San Marcos, por eso busqué el mejor rincón posible para entender qué es lo que tienes adosado a tu nombre.

Algún misterio debes de encerrar para que tantos corazones hayan latido bajo las bóvedas de tus sombras, y por un par de horas me tendiste la mano para atraparme de la cintura. Aun hoy, sigo sin desvelar ese secreto.

Por momentos me sentí uno mas de tu cortejo, un creyente más que caminaba a la verita de tu manto para no dejarte sola, un ser dichoso que tuvo la bendita suerte de ver a escondidas cómo el orgullo y las lágrimas se fundieron en emociones.

Comenzaste a caminar, y sin darme cuenta estaba perdido entre los lazos azules que las niñas llevaban recogidos a sus ternuras; escuché esa campana inquieta, vocera de ramos y palmas con la que ibas abriendo los zaguanes del tiempo; mastiqué el aroma de un arco por el que pasaste danzando de puntillas; los naranjos que te ibas encontrando a cada esquina agachaban sus ramas para tirarte besos; las velas rizás cobraron vida por Gaitán para contarte secretos que el viento suscribiría de por vida,… y en cada petalá vivida sentí que no hay mejor corona que  pueda bordear tus sienes que los silencios de un pueblo que esa noche aprendió a callarse en Tornería.

Así fue tu día, por que ese día era tuyo. Lo tenías remarcado en las esquinas de las ilusiones, en los adoquines donde se reposaron tus zancos, en los balcones de tu recorrido, en los cierros donde las dudas se disiparon,…

Quizás no vuelva a verte, pues hay una túnica negra y atravesada de puñales que corre por mis venas, pero saliste a la calle, y llenaste la calle de Ti. Sin decir una palabra, lo dijiste todo. Sin levantar la mano, todos sabían quien eras.

Bajo una estampa tuya guardo algunos pétalos que me llevé para casa, acunados sobre mis dedos, con la sonrisa entre sus pliegues, pues ellos te habían visto, te habían escuchado, te habían sentido.

Yo también te vi;  yo también te escuché; yo también te sentí, y aunque no te hace falta corona para reinar, esos pétalos y yo volveremos a la calle para buscarte, pues ese día no habrá Estrella que brille de forma más dulce en todo el Universo que la que sueña en San José a que al fin se descubra el más singular de los secretos.  






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