Dentro
de la amalgama de secretos que uno susurra al aire para que éste vaya amasando la
verdad de este simple escriba - el mismo que sigue persiguiendo el sueño de que
alguien pasee sus labios por entre sus letras-, se encuentra alojado el de la
ingenuidad que inunda mis sentidos al asomarse por Oriente la luna del 5 de
enero.
Es la noche
donde el frio apenas tiene cabida; donde los años no nos pesan cuando tenemos
que inclinarnos tras un simple caramelo; donde las arrugas se esconden entre bolsillos
cargados de envoltorios vacíos y de empujones cuando regresamos a casa, y donde
las estrellas, esas que acompañan nuestros desvelos en cada madrugada, se nos
antojan lejanas e inalcanzables cuando pretendemos enredarlas entre nuestros dedos
con la intención de atarlas al filo de nuestra ventana con un gran lazo rojo.
Es a la única
noche del año a la que no le atosigo con mil preguntas para que sus respuestas
arropen a los silencios de mi almohada, puesto que realmente lo que quiero de ella
es que se consuma, que huya, que se alinee apresuradamente con el alba para que
pueda volver a ser ese niño que caminaba de puntillas a eso de las siete de la
mañana y se acercaba hasta el salón para aspirar el aroma que habían dejado tres
sabios que tenían el don de la ilusión recostado en las alforjas de sus
leyendas.
Y desde este año
esa leyenda, recostada sobre las alforjas de mi ilusión, me acompañaran de por
vida cuando eche mis recuerdos a rondar por los pasillos de mi memoria y
rememore lo que una comitiva de privilegiados vivimos ese día donde las
caricias, las miradas inocentes y los canticos africanos apretaron los encajes
de nuestras lágrimas para mostrarnos otra espera y otra realidad.
Desde que estaba
sentado y presto para que me maquillaran, los nervios estaban haciendo de las suyas.
Y por mucho que cerraba los ojos para colorear la postal que en breves momentos
íbamos a vivir, el miedo a qué decir, a donde mirar y a cómo moverme enfundado
en unos guantes negros estaba latente en mis huellas.
Pero ese mismo miedo
se quedó sin respiración cuando mi paje me entregó el primer puñado de
caramelos para dárselo en mano a un niño que estaba viviendo un verdadero
cuento de hadas.
A partir de ese momento me dejé llevar. Abrí
los sentidos y le arrebaté a la vida una de esas lecciones que cada uno de
nosotros deberíamos de solapar a nuestro currículum oculto, ese que se rellena
con tinta invisible, y que creemos que no sirve de nada.
Y sirve, claro
que sirve, como sirven todas esas personas que trabajan en la sombra y de
manera callada para que a miles de niños no les falte ese día un presente; y
sirven para que puedan seguir dando de comer a decenas de indigentes a
sabiendas que nunca se lo agradecerán; y sirven para que los latidos de algunos
corazones se apaguen de manera sosegada y en buena compaña.
Oí decir una vez
que para superar estos tiempos que corren nos vendría bien que de los cordeles
del egoísmo también hondeara un poco de humanidad. Quizás va siendo hora de que
me acerque a comprar más pinzas para ello.
Lo primero, gracias por avisarme. Lo segundo, ¡yo una vez fui paje! No sé quién disfrutó más aquella noche, la verdad.
ResponderEliminarAhora mis noches de Reyes están al otro lado, al de levantarse con cuidado y hacer que la magia siga funcionando, así que supongo que sigo siendo paje aún. La pena es que creo que este ha sido el último año. Mi pequeña ya no lo es tanto y está a punto de despertar del sueño de la infancia.
Besos
Me quedo sin palabras ante esta entrada, ¿quién no ha perseguido el sueño de hacer feliz y que se cumpla la ilusión de alguien, habrá veces que se han o no conseguido, pero las intenciones siempre fueron el poder cumplor esos sueños. Felicidades por haber hecho posible aún más y de forma diferente, la realidad del sueño de tanto niños como mayores, no todos, podemos tener ese privilegio, aunque, al menos yo, disfruto con la nostalgia de quellos tiempos de primera ilusión, y despues con mis hijos, aunque ya no es igual, que siempre sigamos teniendo ese maravilloso sueño.
ResponderEliminarEn mi casa la ilusion de ser niños siempre intentare que esté al igual que mis padres siguen haciendolo por nosotros, que ya somos mayorcitos.
ResponderEliminarFelicidades por ese dia que llenaste de ilusion a muchos niños y no tan niños.