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Mostrando entradas de junio, 2013

Selectividad

              A lo largo de esta semana pasada, miles de jóvenes se han disputado su futuro más próximo teniendo como rival a los exámenes de la tan temida - y entrañable-, selectividad. Admito que guardo un grato recuerdo de esos tres días en los que me jugué mi vida académica, aunque finalmente recibiera la primera guantada sin manos cuando leí las notas y ¡¡¡por 3 centésimas!!! me quedara fuera de ver cumplido mi sueño de ser corresponsal de guerra. Durante años he despreciado el número 3; quizás fuera por eso. Hoy, con la distancia - y con el nacimiento de algunas canas sobre mi pecho-, cada vez que alguien se asoma al trámite de enfrentarse a resolver su futuro en base al maridaje de conocimientos adquiridos y/o conocimientos  memorizados, les confieso que selectividad es el perfecto idilio entre leyenda y realidad. Leyenda que se agranda porque durante  dos cursos escolares directores, profesores y padres van insuflándote el miedo en las venas para que, baj

Un poco más.

Llego hoy viernes hasta este folio en blanco sin un tema recurrente con el que sorprenderme, y así sorprender, a esa audiencia literaria que con tanta persistencia invito a que se dé una vuelta por mis escritos. Tengo que reconocer -y desde esta columna lo reconozco-, que soy un escribano que jamás ha escrito en paleta, pero estoy seguro que de haber nacido en la época de los faraones estaría todo el día repartiendo tablillas a la puerta de palacio con mis pensamientos y mis desvelos. Pero hay que aprovecharse de las oportunidades que la vida nos va ofreciendo a cada instante, de las manos que nos tienden aquellos que ni siquiera saben cómo suena el timbre de nuestra voz, de la confianza que nos envuelve un simple guiño aunque jamás nos hayamos visto la cara. Por eso, cada vez que nace un nuevo artículo bajo el suspiro de mis pulsos utilizo todos los medios que están a mi alcance para buscar la complicidad de aquellos que me imagino que algún día serán mis lectores.

Fin de Curso

-“Vengo de hablá con la profesora de mi Jenny, y me he quedao muerta, escucha, muerta; po no me dice la gachí que tengo que buscar un sombrero cordobés rojo y una guitarra flamenca pa la fiesta del viernes” -“Cállate, que lo mío es peor que lo tuyo, porque ¿adónde encuentro yo ahora unos leotardos grises y cómo le hago al niño una orejas de gato con la cabeza que tiene mi Manué?” -”Ustedes no sabéis lo que estáis diciendo, por mi mare de mi arma que no lo sabéis, porque ya no sé por dónde buscar unas zapatillas cangrejeras blancas con una listita celeste pa que la niña baile la canción esa del Jorgi Dan; las cosas de los maestros, que estarán aburridos y no tienen otra cosa que hacer” …               Aunque les pueda parecer algo exagerado el dialogo que mantienen estas tres madres, este tipo de conversaciones son más que habituales en estos últimos días del curso. Se tropiezan entre ellas buscando como locas - por el centro, y de chino en chino-, disfraces d

¡Elí, Elí! ¿Iacma sabactaní?

                Hace más de dos mil años, el Hijo de Dios bajó a la tierra para poner en jaque a todo un imperio romano; para ello solo contaba con su palabra, su mandamiento de amor y con su mirada envuelta en pupilas de bondad, hasta que Pilatos se cansó una madrugada de verse las manos sucias y tres clavos y una lanza en su costado sesgaron su vida. Antes de expirar, tuvo que soportar latigazos, bofetadas, burlas y coronaciones para que de esa forma las Escrituras Sagradas se vieran cumplidas, y con su sangre derramada sobre el Gólgota, se pudo moldear las llaves con las que desde entonces las puertas del cielo se nos abren cada vez que la Parca nos acaricia con sus dedos. Tenía la edad de 33 años. Desde ese día, el viento juega con su melena cada tarde de Viernes Santo, los cristianos nos convertimos en marineros sin barcas cada vez que la Ermita se queda a solas y apostamos cada uno de nuestros latidos a Él y a la creencia en su Palabra.      Hoy en día, e

En la segunda

                 Hace un par de domingos, una algarabía más propia del mercadillo de los lunes que de una Iglesia se apoderó de la que aún se mantiene en pie sobre mi barrio. El mes de mayo se estaba retirando de los almanaques con parsimonia, pero aún le quedaban un par de comuniones por celebrar. Fue entonces cuando, con ese ruido de fondo, comencé a pensar en el acto en sí de la Primera Comunión. Y las conclusiones a las que llegué esa mañana me apenaron y no me gustaron nada. Así, ese día sometemos a ese niño vestido de almirante de la armada o a esa niña vestida de pseudo-novia a una parafernalia que nada tiene que ver con el hecho en sí de abrir su pequeño corazón y recibir en su interior a Jesús. Por lo visto en la última cena se pidió encarecidamente que esa fuera la indumentaria adecuada.   Así, ese día sí somos capaces de pisar -por nuestros hijos-, la Iglesia a la que el resto del año se ignora y se maldice, masticando el defecto ese de  “yo no c

Démonos silencios

Reconozco que soy persona de manías. Desde que mis pies desnudos besan el frío de los suelos hasta que cierro los ojos para llamar al sueño me rodeo de un ritual de acciones que me ayudan a combatir mí día a día. Aquellos que me conocen bien me han llegado a decir que tengo algunas inclusive cuando me abandono a los brazos de Morfeo, a lo que yo siempre les digo que me demuestren con hechos si es verdad eso de que hablo en sueños o de que me muevo en demasía. Aun les estoy esperando, aunque hay ciertos moratones y codazos que llevan perfilados mis huellas. Una vez que uno comparte estos secretos con amigos, con enemigos, o con lectores, lo que uno siente es que una parte de su personalidad queda al descubierto, abrigándola inmediatamente la sensación de humanidad que con el paso de los años vamos perdiendo. Perdiendo porque en los tiempos que estamos respirando esta sociedad, que no es más que la que nosotros queremos que sea, nos está induciendo al egoísmo, al mie

Aquel día

     Si para escuchar al corazón, uno tiene que guardar silencio, para escuchar el alma de uno, solo basta con desnudarse por dentro. Y tus adentros - desde aquel día-, están forrados de roces, de detalles, de miradas; de palabras, de susurros, de lágrimas; de desvelos, de caricias, de rosas perfumadas… desde que de su boca el primer beso le arrancaras. Estas palabras que acaban de leer no las firma hoy este perseguidor de sueños, sino que lo hacen unos amigos míos; se han levantado con ganas de recordarme algo y cualquiera los dejaba con la palabra en la boca.     Me van a permitir que se los presente.   Son los poros de mi piel, esos que esconden los recuerdos que no soy capaz de dejar adormilados bajo la oscuridad de una caja de cartón o esperan calladamente a que cierre los ojos para que vayamos de la mano al encuentro de unas sábanas frías y vencer juntos a los escalofríos de la noche y al rencor de los moratones.      Y les dejo que hablen hoy porque hoy es