Reconozco
que soy persona de manías. Desde que mis pies desnudos besan el frío de los
suelos hasta que cierro los ojos para llamar al sueño me rodeo de un ritual de
acciones que me ayudan a combatir mí día a día.
Aquellos que me
conocen bien me han llegado a decir que tengo algunas inclusive cuando me
abandono a los brazos de Morfeo, a lo que yo siempre les digo que me demuestren
con hechos si es verdad eso de que hablo en sueños o de que me muevo en
demasía.
Aun les estoy
esperando, aunque hay ciertos moratones y codazos que llevan perfilados mis
huellas.
Una vez que uno
comparte estos secretos con amigos, con enemigos, o con lectores, lo que uno
siente es que una parte de su personalidad queda al descubierto, abrigándola
inmediatamente la sensación de humanidad que con el paso de los años vamos
perdiendo.
Perdiendo porque
en los tiempos que estamos respirando esta sociedad, que no es más que la que
nosotros queremos que sea, nos está induciendo al egoísmo, al miedo y a una
falta de confianza en nosotros mismos y en nuestros más allegados, que no hace
otra cosa que maniatar nuestras ilusiones esperando que se evaporen al caer el
sol.
Así, cuando uno
confiesa que le gusta cantar carnaval bajo la ducha, que se quita el reloj para
almorzar o que comprueba manualmente que el coche está cerrado hasta tres
veces, - y aun así uno no se queda nunca tranquilo- se hace mirando a izquierda y a derecha, cual
espía de la KGB en prácticas, para comprobar que no nos escucha más nadie o que
nuestra conversación no está siendo grabada.
De seguir así,
me temo que cualquier día tendremos que ponerle cierros a nuestras miradas, por
temor a que nos las roben o nos la embarguen cuando nos busquemos en los
reflejos de los escaparates.
Y es quizás por
eso que ahora cuando conduzco en soledad, regresando a casa cansado y sin
apenas ganas de nada, apago la radio para escuchar el son de mis latidos.
Quiero saber cómo se sienten.
Fue quizás la
primera de mis manías, la que me hizo enamorarme de un oficio donde con el
simple hecho de hablar, de dialogar, de expresarse, … uno podía reír, ayudar,
llorar, soñar.
A cualquier hora
del día, y sobre todo, de la noche, la invitaba a que me contara lo que ella
quisiera decirme, pero ahora, con la que está cayendo, y con lo que este simple
escribano -y su aire-, están pasando, es ahora cuando más necesito de su
silencio, cuando más la voy a buscar en los arcanos de mis recuerdos, cuando
más necesario es ignorarla para apartarme de tanta tristeza, de tantas
desgracias, de tantas penurias, de tanta poca vergüenza, de tanta corrupción,
de tanto derroche, de tanto enchufismo, …
Le debía una
explicación al por qué llevarla apagada.
Si la ven,
háganlo por mí, díganle que me espere, que en cuanto que me encuentre
volveré a
ella, como aquella primera vez, pero que por ahora, solo necesito de sus
silencios.
Todos estamos así arrastrando un vacio que pesa como plomo ..saludos amigo.
ResponderEliminar