En
la Muy
Noble y muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera uno se puede encontrar de todo por
estas fechas: tenemos noches Azules y Blancas, Veladas del Pilar y un día de
fiesta enmarcado en rojo donde nos acordamos de nuestro santo patrón.
El jerezano siente por San Dionisio –con cabeza o sin ella- algo
difícil de explicar y complicado de controlar al llegar el 9 de octubre.
Ese es el principal motivo por el cual nosotros vivimos ese día como algo
especial, abarrotando las calles en cada uno de los actos que se conmemoran,
como así sucede con el traslado del pendón.
Mientras que este día puede resultar absurdo o un sinsentido en la
historia de cualquier otra localidad cercana, para Jerez supone todo lo
contrario; jamás, y repito, jamás verán a un jerezano darle la espalda a su
pueblo y alejarse de sus fronteras en busca de otros centros comerciales u otras
capitales de provincia el día de su patrón.
Es tanto el cariño que se vive en la ciudad al llegar esta efeméride que
la estación de trenes y la de autobuses duplican su personal para recibir a sus
hijos pródigos; en el cielo se pueden contar ese día hasta tres y cuatro
aviones sobrevolando la zona de Guada esperando turno para tomar tierra; y la
autopista del sur reduce su incomprendida tarifa para que en el peaje no se
formen colas ni aglomeraciones.
En fin…
Si “un pueblo que no conoce su historia está condenada a repetirla”,
Jerez la repite cada año porque la desconoce, porque hay jerezanos que no están
para fiestas y/o porque nadie se ha preocupado de enseñarnos cuál es nuestra verdadera
identidad.
Menos mal que Alfonso X nos incorporó a su corona el día de San
Dionisio y no el día de San Pascual Bailón, ¿qué le hubiesen cortado a este
entonces?
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