Coincidiendo
con el primer viernes del mes de Octubre, los inquilinos del planeta tierra
tuvimos la suerte de celebrar en nuestros hogares y zonas vitales “el Día
Mundial de la Sonrisa 2013”.
Según he podido saber, esta
fiesta surge con “la sana intención de
buscar y ver el lado bueno de las cosas y de la vida”.
El creador de esta efeméride
fue el americano Harvey Ball, y el
objetivo que perseguía con esta celebración es que al menos, durante un día al
año, debemos de ser amables tanto con los seres conocidos como con los
desconocidos, repartiendo para ello sonrisas con las que alejar, por unas
horas, nuestros problemas políticos, religiosos y/o económicos.
Ahora entiendo porque
cuando me miré en el espejo el pasado viernes apenas me importó verme el
cartón; es más, me vi hasta más alegre y
como con el guapo subido.
Y pensando en cómo me
fue el resto del día, recuerdo que volví a ver un telediario sin la impotencia al
lado; sonreí al ver que aún no me han salido goteras donde duermo; me alegré cuando
la humedad me pagó este mes su alquiler por adelantado; el dolorcito que tenía
en el pecho desde hacía una semana por no cobrar el mes de Septiembre apenas lo
noté; desde hacía meses ese día apenas me preocupé por mi presente; perdí mi
miedo a hablar en Inglés; por la tarde llamé a un amigo y nos descojonamos
cuando nos contamos nuestros miserables problemas;…
Querido Harvey, desde
aquí te pido perdón; para el próximo año prometo irme a la calle Larga y a la
altura del Gallo Azul me pondré a repartir sonrisas, a diestro y siniestro, aunque
me acueste cada noche con la sensación de que es la vida la que se está riendo en
estos momentos de mí.
Si alguien se quiere
apuntar, lo hablamos.
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