Con
el paso de los años uno va acumulando recuerdos, instantes, sonrisas; llantos,
aromas, escalofríos; guantadas sin manos, quimeras de ensueños, pellizcos al
atardecer;… puntadas, en definitiva, que conforman una vida.
Una vida en la que cada
cual hace y deshace con todo esto lo que buenamente puede; habrá cosas que se puedan
echar al olvido, y habrá otras que sean imposibles de olvidar.
Y entre estas últimas
yo tengo alojada en mi cabeza la sonrisa de la señorita Inma.
Permítanme que hoy les
hable de ella, y de su sonrisa.
La señorita Inma se
coló en mi vida hace ya bastantes años, y desde entonces se encarga de alegrar
mis días cuando más decaído me siento.
La señorita Inma me ha
demostrado con el paso del tiempo ser más que una compañera de profesión; pocas
se han atrevido a decirme eso de “esta es
tu casa, pasa sin necesidad de llamar al timbre.”
La señorita Inma confía
- sin yo merecerlo-, en este simple escribano y en las aventuras y desventuras
que mis dedos se inventan cada semana; ella sabe que siento su aliento cada vez
que me lee.
Pero lo que la señorita
Inma, y su sonrisa, no saben es cuánto la echo de menos, cuántas veces la
nombro en mis oraciones y que guardo aquí, entre mis brazos y mi cintura, el
mayor de los achuchones jamás dado a una persona para cuando al fin volvamos a
vernos.
Señorita Inma, la
admiro, porque sé que sigues luchando contra viento y marea, como una jabata, por
ti y por tu familia, para enderezar los renglones de tu vida cuando alguien se
ha empeñado en torcerlos.
Señorita Inma, la
aplaudo, porque su ejemplo es el mejor ejemplo del que alguien puede aprender.
Señorita Inma, simplemente
la quiero, a sabiendas que será para toda la vida.
Muchas felicidades
señorita Inma.
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