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Mostrando entradas de mayo, 2014

Cada cuatro años

Todos los europeos mayores de dieciocho años estamos llamados a las urnas hoy domingo con la finalidad de votar a centenares de eurodiputados entre los distintos grupos parlamentarios. No me pregunten para qué sirve un eurodiputado, pero a lo largo de estas últimas semanas los candidatos a vivir de ese cuento -esta vez en la vieja Europa-, han estado de campaña electoral en busca de nuestro voto, mendigando para ello promesas, suplicando ofertas irrechazables e implorando indicios de que con ellos la cosa puede y debe de ir a mejor. Entre las premisas más aplaudidas por esos que van a los mítines a ondear banderitas ha estado la de crear empleo; creo que ninguno de esos que salen de figurantes en las fotos han saboreado el olor de una cola del INEM. No suelo mancharme las manos hablando de política, es más, me asquea todo lo que tiene que ver con ese mundo corrupto y podrido, pero cada vez que me piden el voto me hierve la sangre. Razones tengo para dar y regalar…

Vivir con miedo

De un tiempo a esta parte camino por los días con el sobresalto de vivir con miedo. Sin saber muy bien por qué se ha apostado en mi mente esa sensación animal de pavor, de recelo, de alarma,… y temo que con el paso de las horas el miedo me vaya ganando la batalla y sea el último vencedor de este envite mientras yo tenga que ondear al viento la bandera blanca de los suspiros. No le pongo cara. No le pongo voz. No le pongo mirada, pero lo siento cerca de mí cintura, con el cuchillo entre los labios, perfilando el borde de mis alientos y esperando el tropiezo de alguna de mis huellas. Cuando la luna arranca besos a destiempo y los gatos se juegan la vida haciendo equilibrio entre tejados y jardines, suele esperarme agazapado en el surco que dibujan los sueños, esos que de niño perseguía y hoy se agarran con uñas y dientes a la esperanza de que alguna tarde este escribano apueste de nuevo por ellos. Cree conocer mis puntos débiles, y le gusta dejarme mensajes escritos

7 días de Gloria

Alcanzar la gloria en vida se nos presenta como algo imposible excepto cuando el calendario remarca por sus costuras que la Feria del Caballo viene galopando a lo lejos. Entonces las fronteras de Jerez se abaten en retirada para poder cumplir la promesa que un día le hizo a la primavera de tomarla por la cintura cada vez que rondáramos el mes de Mayo, sacándole los colores al son de unas sevillanas, sobre un albero de sueños y una bóveda de luces. Para tal ceremonia engalanamos el pulmón de nuestra ciudad, ese latido olvidado que esconde nostalgias y piedras por sus calles, y desempolvamos de los altillos lunares, mantoncillos y peinetas del ayer, sabedores éstos de su pasado y de su suerte, pues son felices cuando regresan a casa envueltos en manchas de barro, alegrías y fino.  Las puntadas de los volantes le van esculpiendo piropos a la tarde; los flecos se apoderan de los suspiros en cada baile; cada coche de caballo es una sinfonía de olores; el tiempo - ese con

Mi viejo barrio

             En este idilio constante que mantengo con mi destino, él sabe mejor que nadie -porque así se lo he dicho-, que cada vez que pierdo una batalla suelo regresar a mi viejo barrio buscando lamerme las heridas. Adosado cerca del centro, con la sencillez por bandera y sin puertas que lo protejan, es allí donde mis raíces se hundieron para formar todo lo que hoy creo ser.   Cuando llego a esa casa donde mis primeros pasos echaron a rodar, con la luna dibujando sueños de barriada, recorro las mismas calles en las que de pequeño solía corretear tras una pelota, insistía en soltarme de manos sobre una bicicleta, o esquivaba mis miedos al pensar en hacerme mayor. Cierro los ojos y veo danzar de puntillas sobre mi piel la mirada de aquel amigo buscando un cómplice para construir castillos en el aire; de aquella niña que soñaba cada tarde con bailar sobre tacones por medio mundo; de aquel tímido compañero de viaje que, prendado de un imposible, agachaba su cabeza cada