De
un tiempo a esta parte camino por los días con el sobresalto de vivir con miedo.
Sin saber muy bien por
qué se ha apostado en mi mente esa sensación animal de pavor, de recelo, de
alarma,… y temo que con el paso de las horas el miedo me vaya ganando la
batalla y sea el último vencedor de este envite mientras yo tenga que ondear al
viento la bandera blanca de los suspiros.
No le pongo cara. No le
pongo voz. No le pongo mirada, pero lo siento cerca de mí cintura, con el
cuchillo entre los labios, perfilando el borde de mis alientos y esperando el
tropiezo de alguna de mis huellas.
Cuando la luna arranca
besos a destiempo y los gatos se juegan la vida haciendo equilibrio entre tejados
y jardines, suele esperarme agazapado en el surco que dibujan los sueños, esos
que de niño perseguía y hoy se agarran con uñas y dientes a la esperanza de que
alguna tarde este escribano apueste de nuevo por ellos.
Cree conocer mis puntos
débiles, y le gusta dejarme mensajes escritos sobre las sábanas al llegar el
alba; por suerte aún no se ha enterado que me gusta quedarme dormido en el sofá
para aspirar las gotas que de vez en cuando me regala mi aire.
Le escucho frotarse las
manos cuando cierro puertas y ventanas; cuando giro la cabeza y huyo de sombras
y saludos; cuando lloro con el corazón en un puño porque ya no puedo tirar más
de mis hilos; cuando vuelvo a dejar en el tintero lo que mi alma me cuenta, me
dice, me susurra,…
Alguien me dijo hace
tiempo que tenía que pensar más en mí para poder enfrentarme a mis miedos…
Hoy
he hablado de él en este rinconcito, dando el primer paso para poder vencerle…
¿me ayudas a dar el segundo?
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