Lo
solemos hacer. Más de lo que deberíamos. Más de lo que nos convendría. Pero es
algo que -sin darnos cuenta-, todos solemos hacer.
Algunos lo hacemos a
diario. Hemos nacido con esa pieza defectuosa en nuestra piel y por mucho que nos
pidan que la cambiemos, moriremos mirando para otro lado.
Otros lo hacemos de vez
en cuando. Lo hemos aprendido de verlo en casa, tal y como hacen nuestros mayores,
nuestros iguales, y por no llevar la contraria, por no abrir la boca, por no
señalarnos como bichos raros, tomamos el camino fácil y también miramos para
otro lado.
Como ven, aquí no se
libra ni el apuntador de esta columna.
Si no lo hacemos en una
cosa, ya lo haremos en otra; si no ignoramos nuestro futuro, ya pisotearemos
nuestro presente; si no nos callamos la boca ante el dolor, tampoco lo haremos
cuando el dolor nos calle.
Somos gente que no nos comprometemos
con nuestra sociedad, con nuestro barrio, con nuestros vecinos; somos gente que
vivimos con las ventanas cerradas y las puertas encajadas, dando lecciones de
vida a través de las redes sociales; somos gente que de todo sabemos – o eso
creemos-, y de todo entendemos, y así
nos va.
Salen miles de
inmigrantes cada día por la pequeña pantalla de nuestros televisores, saltando
alambradas y jugándose lo único que tienen, ¡su vida!, y solemos mirar para
otro lado.
Hipotecan nuestros
sueños aquellos que deben de protegerlos, bien con rancias corbatas, bien con
caducas premisas, y solemos mirar para otro lado.
Nos roban la juventud,
nos quitan las ganas de seguir hacia delante, nos pintan un horizonte entre
nubarrones a punto de descargar más sumisión, más servilismo, más acatamiento,…
y solemos mirar para otro lado.
Y si no les gusta esto
que les cuento, hagan lo mismo que voy a hacer yo: mirar para otro lado.
Comentarios
Publicar un comentario