Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de julio, 2014

Hace 23 años...

… mi vida cambio por completo. Mi piel y mis latidos apenas llevaban once años de idilio en esta tierra cuando vi tu carita por vez primera en un nido de hospital. Llegué hasta ti con los nervios en la boca y la inocencia del silencio en la mirada, intuyendo que desde ese instante serías algo más que la niña de mis ojos. Estabas dormida, soñando con tardes de albero y con capas con olor a  incienso de Martes Santo, y al rozar tus mofletes rosados, nos dijimos de todo sin apenas decir palabra. La primera vez que te tuve entre mis brazos desenvolví uno de esos regalos que la vida de vez en cuando nos ofrece, justo cuando el corazón late con más tristeza si cabe; y desde aquel primer biberón que te di -con miedo a que te atoraras-, mis noches se visten de festejos, entre izquierdos que rompen los pasillos de nuestra fe y el tono de una simple copla que hace que al escucharte se dibuje la sonrisa más sincera del día. Te he visto crecer desde la atalaya del orgullo, des

Volvieron a mirarse

Dicen algunos entendidos que en el bullicio de una calle estrecha no se puede rezar…         Tras unos cuantos años esquivando las miradas, el destino puso fecha al encuentro.  Ambas -sin saberlo-, llevaban echándose de menos el tiempo suficiente para que la arena de los relojes de la ciudad se fuera desgastando, gota a gota, grano a grano,… haciendo más tardía la espera cada vez que una de las dos se negaba a ir al encuentro. El orgullo, ese veneno que de pequeño juega con nosotros cuando estamos a solas, les ganaba la partida -año a año-, a las dos, porque en esta historia  ambas eran culpables a partes iguales. En el fondo las dos sabían que de volverse a mirar, deberían de hacerlo sin ambages ni celosías de por medio; sin rencores ni deudas acumuladas; sin que la voz de una tapara los silencios de la otra… Se tenían que contar tantas cosas… Se tenían que alegrar por tantas cosas… Se tenían que echar a llorar por tantas cosas… Y aquella tarde, con la

Gora San Fermin

            El verano al fin se ha puesto el traje de baño y las chanclas de deitos cuando por los cielos de Pamplona surca ese cohete -llamado por aquellos lares chupinazo -, con el que nuestros vecinos del norte dan comienzo a su particular fiesta de los toros. Dejando al margen algunos comentarios absurdos que la presentadora nos ha ido regalando cada mañana - muchacha, si no sabes torea, pa que te metes -, me quedo con varios detalles de los encierros de este año. Supongo que a la Televisión Pública le habrá sido rentable todo el despliegue llevado a cabo para enseñarnos los padrastros de los corredores, el adoquinado de la calle Estafeta y los partes de guerra tras cada encierro, bien desde los puestos de guardia, bien desde el hospital de turno. Pero por muchos planos que me pongan en HD,…hay cosas de esta fiesta que no logro entender. Y no las logro entender porque no me entra en la cabeza qué tiene de emoción salir a correr enfundado en un pantalón largo -a

No caminamos solos

           Hace un par de días surgió la posibilidad de hablar sobre la amistad en los micrófonos de Estilo Sevilla ; al dejar atrás ese cielo azul pintado con el alma, sobre mi cabeza seguía latiendo la pregunta: ¿qué le pedimos a una amistad? Tras varios días pensando, los adjetivos de fidelidad, lealtad, confianza y sinceridad se sienten ganadores y sacan pecho por repetirse en cientos de posibles respuestas, aunque en la mía aparezcan en un segundo plano. Y se da esta circunstancia porque yo a una amistad sólo le pido una cosa, y es que me permita ser yo siempre, con todas las circunstancias que llevo en mis alforjas, con los defectos y virtudes que perfilan mi carácter, y con mi forma de entender este regalo al que llamamos vida.   Cuando se llega a cierta edad, uno ya conoce las dobleces de su alma, y sabe perfectamente con quien desea compartirlas, de quien se necesita un abrazo y de quien se espera que traiga un pañuelo envuelto en sonrisas. Pero no hay eda