Las redes sociales son un gran espejo donde más
pronto que tarde uno puede encontrar las aristas que conforman la grandeza y
las miserias del ser humano.
Por
ejemplo, somos grandes en la medida en la que damos el ultimo adiós, como la despedida
que esta semana cientos de personas le han brindado al actor Robin Williams,
que nos dejó para buscar en el cielo la sonrisa que perdió en algún que otro
rodaje.
Por
medio de estas redes más de uno ha dejado claro que se siente más cinéfilo que
el propio fallecido.
Pero
a su vez somos míseros -demasiado diría yo-, cuando no somos capaces de
implicarnos en el sufrimiento de los demás, en la desesperanza de los demás, en
la búsqueda de un futuro mejor para los demás,…
Cada
uno que sostenga los cimientos de su conciencia al caer la noche, pero la
mayoría de nosotros no movemos un dedo, bien por apatía, bien porque hay cosas
que nos pillan demasiado lejos, o bien porque aún estamos esperando el icono con
el que resumir nuestra indignación.
Nos
limitamos a compartir videos, a retuitear fotos, a dejar comentarios,… pero en cuanto la sangre inunda nuestros
móviles o hay que salir de casa para manifestarse… el cansancio nos puede.
Y
así, seguimos con los brazos cruzados viendo por televisión a decenas de inmigrantes
subidos a una valla fronteriza esperando el milagro de pisar una tierra
prometida…
Y
así, vemos que nadie es capaz de detener una puñetera guerra que se libra en
algún lugar alejado del mundo en la que están asesinando día tras día a niños
inocentes y a cristianos sin culpa…
Y
así, vemos la vida pasar por una pantalla de móvil, de tablet, de ordenador,… pendientes de que los megas no se agoten y el wi-fi
no nos falle.
Ojalá
este espejo se rompiera en mil pedazos…
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