Colaborar en los medios de comunicación me está permitiendo subirme a una atalaya de privilegios donde oigo, veo,… y algunas veces guardo determinados silencios por temor a herir sensibilidades.
El problema viene cuando la sensibilidad herida es la mía; y cuando esto sucede, la sensación de vacío con la llego a casa es fría, desoladora y triste.
Y el pasado miércoles volví a sentir esa sensación danzar sobre mi piel.
Para cualquier cofrade, participar en la procesión de la Patrona de su pueblo debiera de ser un motivo de orgullo, de fiesta, de reconciliación con nuestra niñez y nuestras raíces.
Pero claro, si hablamos de Jerez -ciudad que se llama a sí misma “mariana”-, el problema varia… ya que asistir a una Novena es una pérdida de tiempo; donde a mitad de camino hay hermandades que se retiran del cortejo; donde se sortea por los grupos de whatshap qué miembros de junta son los “desafortunados” para representar a la hermandad; donde se llega a la Basílica con el estandarte al hombro como si fuera una sombrilla cinco minutos antes de que la procesión eche a andar por las calles,…
Me resulta triste que otras patronas cercanas sientan el latido sincero de su pueblo… mientras que la mía tenga que sentir que su día es una mancha en rojo en el calendario que se aprovecha para que vayamos a la playa… o como se hacía antes… pasar el día en Isla Mágica.
Sale la Virgen del pueblo a pasear su gracia por las calles de nuestra ciudad… y nuestra ciudad huye más allá de las fronteras que nos cobijan por que no sabe -o no quiere saber-, lo que guarda en el interior de ellas.
Y los primeros que huimos somos los cofrades…
Jerezana de tronío… vuelve a perdonar a este pueblo que vive constantemente en un eterno querer… y no poder…
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