Mientras que tú y yo andamos estos días evitando
este frío polar con calentadores,
bufandas y forros polares, cerquita del calor que desprenden los tabiques de
nuestro hogar cientos de personas esperan que el sol se adueñe de las tardes
para poder seguir esquivando al destino.
Es
una realidad que está ahí, por mucho que ambos queramos ignorarla.
Forman
parte del teatro de la calle, figurantes que hablan con las esquinas, conquistadores
de cajeros nocturnos por donde desfilan sus quimeras, vagabundos de la vida -con
las manos sucias y vacías-, que mascullan entre dientes pisadas de
indiferencias.
Pero
tranquilo, que hasta este rincón de sueños no voy a traer el nombre de alguna de
estas sombras que deambulan por el bordillo de las miradas como si fueran
espectros abandonados que en algún momento de sus vidas perdieron la esperanza
de vivir.
Hoy
no van por ahí los tiros de mis palabras.
Hoy
me vas a permitir que me riña a mí mismo, que me busque en el bolsillo de mi
indiferencia, que me zarandee por dentro para decirme si pienso hacer algo por
los demás -en concreto-, por estos demás.
Porque
aquí donde me ven, yo soy el primero que de manera egoísta se cambia de acera
para que el olor a roña no contagie mi perfumado aroma de colonia.
Yo
soy el primero que le da la espalda a esta parte de la sociedad, esperando a que
otro le ponga remedio a este problema.
Yo
soy el primero que debería de mirarse en sus adentros y ver donde dejó abandonada
la palabra humanidad.
Será
que la vida -al menos en este aspecto-, me está tratando bien.
Pero
si la propia vida alguna vez se muestra esquiva con mis huellas, y acabo contando
atardeceres respirando de esta forma, espero que vengas a buscarme entre el
calor de mis cartones.
Allí
te esperaré.
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