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Mostrando entradas de marzo, 2015

Escenario de ensueño

Hoy es Domingo de Ramos, y las palmas de la pasión han cuajado un cielo de ilusiones sobre el horizonte de la espera.  Para los creyentes, el fin último de los rezos comenzará a desfilar por el sendero de los labios al ver la sombra del Hijo de Dios sobre las esquinas de los barrios; cuentan que le gusta poner sus heridas al sol para que las miradas supuren su escarnio. Para los no creyentes, el tiempo les abre sus puertas para que se den un respiro y se vayan a coger olas a Tarifa o a broncearse la piel a los Caños... Salud. Y para la ciudad...  Para la ciudad es una manera de encorsetar entre palcos todos los defectos que tiene; de ver esa caspa que se queda a vivir sobre nuestros hombros y no somos capaces de sacudirnos; de mirarnos a la cara y preguntarnos ese intento de ser y no poder porque no queremos darnos cuenta de lo que realmente somos. Pero a pesar de recibir cada día golpes y más golpes sobre las entrañas de sus cimientos, de sentirse pisoteada por

Desde la luna

Cuando elegí ser maestro escuela sabía que muchas cosas con las que no comulgo en mí día a día me las tendría que ir tragando, más que nada porque a fin de mes uno cobra una nómina contante y sonante, y ese dinero hace cambiar de opinión al más pintado. Y en mi caso mucho más, porque como siga así la cosa voy a tener que ser yo el que pague por ir a trabajar.  Pero les decía que hay cosas que tengo que asumir por válidas dentro de mis ideales como docente -por miedo o sumisión-, como por ejemplo el que en las escuelas perdamos el tiempo en celebrar efemérides tales como el Día de la Paz -con su correspondiente suelta de palomas- o que festejemos el Día de Andalucía bajo el eco de sevillanas y dándoles de comer a los niños su correspondiente pan con aceite.  Es tan ridículo y carente de creatividad que luego así nos luce el pelo. Pero la palma de esto que les cuento hoy se la lleva el “Día del Padre” , puesto que competir contra El Corte Inglés y su catálogo de rega

Ganas de vomitar

De entre las muchas cosas que no soporto de un político hay una que nada más verla me araña las tripas; lo siento por ellos, pero es ver esa imagen que proyectan ante nosotros al llegar las campañas electorales, y me entran ganas de vomitar.  Vomitar porque las mentiras se multiplican cuando hablan de manera exaltada en esos mítines que con tanto glamour y cariño preparan los afines a su partido.  Vomitar porque no son capaces ninguno -absolutamente ninguno-, de aceptar sus fallos, reconocer sus errores y borrar de sus labios ese "y tú más" con el que escurren el bulto y miran la viga en el ojo del político ajeno.  Y vomitar, sobre todo cuando paseo por las calles de mi ciudad y veo que sus paredes, sus farolas, las marquesinas de los autobuses,... están inundadas de fotos a todo color donde brillan esos eslóganes tan origínales y esas malditas sonrisas irónicas con las que pretenden darnos coba para seguir alimentando sus bolsillos y sus paraísos fiscales.

Seguid escribiendo...

Es lo que pretendo cada semana desde el rincón de este Diario. Escribir. Con el pretexto de un título y un puñado de palabras en los bolsillos, me gusta colarme ante tus ojos y dejar que sea tu voz la que le ponga acento a mis latidos.   Unas veces con más acierto. Otras con menos. Pero con el objetivo de que siempre que leas algo mío, no te haga falta mirar mi nombre para saber quién te está susurrando a los oídos.        Y con el de hoy van cien domingos dejando entreabierta la puerta de mis escritos.   Entre estas líneas me he desahogado, he ajustado cuentas con el destino y  me he despedido de amigos y familiares hasta siempre; he llorado masticando rabia… y he masticado tanta rabia que a veces me han hecho hasta llorar; me he perdido, me he encontrado y -como buen hombre que soy-, me he vuelto a perder. Para un simple junta-letras como yo, es mucho más que un regalo el saber que tan sólo una vez -sólo una vez-, hayas detenido tus impulsos en esta columna.

Así nos va...

Se estaba tomando su tiempo pero ya paso -al fin,- el último día del mes de febrero, y tras él la celebración absurda que trae este día bajo su brazo; el ser, demostrar, dejar claro a los cuatro confines del mundo que los andaluces somos los más andaluces del año… veinticuatro horas al año, claro. Para muestra, paséese por las redes sociales de cualquier hijo de vecino de esta tierra que nos vio nacer y ya me dirán si llevo o no llevo razón. Oye, y que parece ser que si no te unes a esta exaltación de la sangre verde y blanca, y si no mencionas algún párrafo del tan manido himno de Blas Infante y si no defiendes tu personalidad de ciudadano del sur a través de una copla de carnaval,… es como si no quisieras a tu madre. El resto del año, da igual que sirvamos de mofa y de cachondeo de medio mundo, pero ojito que en nuestro día, desde Huelva hasta Almería nos damos golpes de pecho para decir: ¡aquí están los tíos! Y yo pregunto… ¿Sirve de algo ser andaluz? ¿S