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Mostrando entradas de abril, 2015

Para otro lado

Se abre el telón y se ve un precioso plató de televisión con sus focos, su público y un presentador con gafas de pasta; en el centro encontramos una mesa alargada, y sobre la misma mesa tres objetos a elegir. Es un concurso muy sencillito y con sólo dos reglas: el concursante puede ser un ciudadano cualquiera,... y el presentador no puede poner en duda la elección que éste lleve a cabo.    De esta manera -comienza diciendo el presentador- el primer objeto que presentamos es un apartamento con vistas al Mar Mediterráneo; ideal para tomar conciencia de que el mar se está tragando a personas, no sólo a inmigrantes. El segundo objeto es una llave de la cárcel de Puerto III, a donde el ciudadano puede mandar a los políticos corruptos que nos están saqueando el dinero y las ilusiones, tales como los Griñanes, los Chaves, los Rodrigo Rato,… Y el tercer objeto a elegir es un desvencijado sillón, recogido de la basura, ideal para que el moho se quede a vivir en él. El co

¿Cómo le va?

Como cada tarde -a eso de la hora del café-, lo veo asomarse a descubrir el horizonte desde el balcón de su casa. Es el vecino con más arrugas de mi barrio. El más gruñón y el que más balones se quedaba cuando estos se embarcaban. Pero también es el más sabio cuando con su palabra conjuga consejos. Hace ya años que no sale a la calle. Sus piernas no le permiten dar una vuelta por la que fue -y sigue siendo- su ciudad, la misma que tardó poco en olvidar su nombre cuando una mañana giró la esquina del tiempo. Dice que se fatiga con facilidad, que el destino puede ajustar cuentas con su cadera y que muchos de sus enemigos pagarían por verlo aferrarse a un bastón de madera.  Pero le queda la memoria para vivir, y el sentido del orgullo para respirar. Alguna vez me subo a hacerle compañía; él se fuma un cigarrillo y yo preparo la respuesta a la pregunta de ¿cómo le va a la ciudad de mis amores? Intento disimularle la realidad que nos rodea -para no hacerle daño a

Escuchar la verdad

               Reconozco que al llegar la Semana de Pasión desactivo el modo observación en el que constantemente vivo, y me dejo arrastrar por todo aquello que mi piel y mis sentidos son capaces de percibir a pie de calle. Pero antes de que volvamos a destripar la cruda realidad que nos ahoga el alma día tras día, hay un pensamiento que quiero rescatar del tintero de las observaciones. Y es que, en la masa de la sangre del ser humano, hay una cosita que deberíamos de hacernos mirar  -incluido yo-, y no es otra que la de escuchar la verdad,…y por ende, aceptarla. Da igual la verdad que sea y como sea. Si viene maquillada o con arrugas. Si llega a tiempo o a destiempo. La verdad es la  que es… y por eso es la verdad. Resulta curioso cómo se la reclamamos a los políticos, se la exigimos a nuestros alumnos, se la pedimos a gritos a nuestros compañeros de viaje,… pero en cuanto que nos llega a nuestros oídos una frase en forma de verdad desnuda, encendemos t

Durante esa semana...

              En el calendario de mis días hay una semana que respira por si sola sin necesidad de que la remarque con tinta roja, pues su latido es la que mueve desde siempre el pulso de mis pasos. No es una semana cualquiera. No es una semana más. No es una semana que pueda pasar desapercibida ante mis ojos.  Y no lo es porque esa semana encierra el principio y el fin de mis conversaciones, el pozo donde se pierden mis desvelos, el espejismo donde se hacen realidad mis humildes quimeras. Durante esa semana, desconecto del mundo real -ese que sigue viviendo a espaldas del ser humano-, y me lanzo a respirar el soplo de mi yo interior, con preguntas sin respuestas y silencios que son la mejor respuesta ante cualquier absurda pregunta. Durante esa semana, mi casa pierde su aparente orden lógico y se ve inundada de ropa en las sillas, de toallas a medio secar, de estampitas que alguien quiso regalarme bajo el anonimato de su caminar,… conformando una fotografía a la que