Se levantó una mañana, se tomó un café, oteó el
horizonte de la espera y se dio cuenta de que era el momento apropiado de salir
de los cuarteles de invierno en los que andaba recluido.
Él
mismo cuenta que llevaba días con el estómago entripado, sintiendo cosas que creía que estaban muertas, y
aceptando que esa llave que una vez le echó al mar estaba abriendo una
cerradura que seguía hilvanada a su nombre.
No
hace faltar decir que se trata del último romano del barrio Santa María, del
niño criado bajo las faldas de la calle Goleta, del motivo por el que don
Carnal ansía nervioso la llegada de un nuevo febrero.
Pero
por si hubiera algún despistado en la sala, simplemente diré su nombre: Antonio Martínez Ares, el culpable de
que por sus letras yo entienda algunos renglones de la vida.
Porque
por su culpa yo he sido pirata, templario, buhonero,… Si Antonio, buhonero
también, porque de los errores hay que sacar algún aprendizaje.
Porque
por su culpa yo he soñado con los vientos de Cádiz, y cada vez que cruzo el
Puente Carranza, cierro los ojos para dejarme atrapar por la magia de esa luz
de caramelo.
Y
porque por su culpa, las tres mujeres de mi vida canturrean carnaval por lo
bajini haciéndome el hombre más feliz de la tierra.
Creí
que nunca más volverías a enfundarte en un compás de 3x4 para contarme cositas
de carnaval; incluso hubo un tiempo en el que pensé que eras demasiado cobarde
como para sangrar piropos a la ciudad que te vio nacer.
Pero
has decidido volver -con todas tus circunstancias-,
y desde ese día el que tiene el entripado
soy yo, deseando escucharte.
Señoras,
señores… brindemos por el regreso del genio, de nuestro Niño, del eterno Peter
Pan de Cádiz -por siempre jamás-.
Bendito
café, Antonio… Bendito café.
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