Que
verdad más precisa es aquella que dice que el ser humano es esa especie que
habita esta adorada tierra que no está conforme con nada de lo que tiene a su
alcance, ya sea producto de su esfuerzo, ya sea por un golpe de suerte.
Cuando
somos presos del calor -como nos sucede en estos días-, añoramos los fríos del
invierno,… y cuando lleguen esos fríos, extrañaremos estas noches de desvelos y
paseítos con helado.
Y
una de estas personas que más a disgusto está con la situación que le está tocando
vivir en estos amaneceres del mes de julio es una vecina de mi peculiar barriada,
puesto que el trabajo que están llevando a cabo los obreros del carril bici a
primera hora de la mañana la tienen… por así decirlo… algo disgustada.
Ella
no comprende cómo esas personas -que lo único que hacen es ganarse su pan con
el sudor de su frente-, tienen que dar martillazos a las ocho de la mañana…
hora a la que precisamente ella abre la puerta de su casa para recoger sus
agotadas piernas.
Se
la escucha gritar -por ahora con educación por las redes sociales-, su malestar
general con la vida y con el entorno que la rodea,… pensando que esos pobres
albañiles tomaran conciencia de sus gritos exasperados y subirán a su
dormitorio a cantarle una nana.
Pero
lo mejor de esta cruzada mañanera es la empatía que está provocando su situación en personas que están sufriendo
algo similar; personas que en su puñetera vida han doblado el espinazo y que
nacieron con el latido de la queja cosido bajo el brazo.
En
fin… serán estas olas de calor las culpables de todo esto,… pero si nos
detuviéramos a valorar la suerte que tenemos los que no tenemos que trabajar
bajo el sol… otro gallo nos cantaría al irnos a descansar.
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