Me gusta observar en silencio el mundo que me rodea,
y desde hace un tiempo a esta parte la mirada que el propio mundo me regala la
encuentro triste y resignada; si pudiera romper a llorar, lo haría amargamente
como desahogo a lo que el ser humano le está haciendo pasar últimamente.
Porque
algo estamos haciendo mal para con nuestros semejantes cuando no somos capaces
de soportar los primeros cinco minutos de cualquier telediario.
Corrupción,
guerras, maltratos; robos, injusticias, desahucios; jóvenes sin futuro, políticos
ineptos, hambre;…
Pero
como aquel que diseñó el mundo fue el mismo que creó a la humanidad, éste supo
guardar en algún rinconcito del horizonte un hueco para la solidaridad; y la
otra tarde, paseando por la calle Sierpes, me tope de bruces con dicho
hueco.
Mientras
este junta-letras paseaba esquivando las sombras de los diversos indigentes por
temor a que algo se me pegara, tres jóvenes -envolviendo sus ganas de ayudar a
los demás en sonrisas y entusiasmos- se acercaron hasta donde estaba uno de
ellos, y tras preguntarle si había comido algo a lo largo del día, le
ofrecieron un bocadillo, una botella de agua y un zumo pequeño.
Uno
recibió aquellos tres víveres como manjares sacados del restaurante con más
estrellas del firmamento; los otros se fueron felices al llevarse como recuerdo
uno de esos agradecimientos escritos bajo la tinta de la humildad.
Y
yo, convidado de piedra ante aquella escena, recibí una nueva guantada sin
manos de aquel que mueve mis latidos, mis hilos y mi mundo,… tomando nota de
que a pesar de que la humanidad tiende a irse a pique por el sumidero del
pesimismo, del egoísmo y la pasividad,… esa pequeña ventana por donde la
esperanza y la humanidad se dan la mano sigue estando aun entreabierta.
Dejándome
claro que -a pesar de todo-, esta vida sigue mereciendo la pena...
Comentarios
Publicar un comentario