En una esquina de mi
alma
anclada por los
recuerdos
entre cortinas azules
y mil tiestos de por
medio
se alza en silencio la
reina
de los fríos del
invierno
la de la dulzura eterna
la del susurro del
viento
la que quita sinsabores
al trébol de los
aciertos
la que arropa las
promesas
con costuras de
remedios
la que de noche camina
por la orilla de los
sueños
la que sirve de
inspiración
al preso de los acentos
la que da los buenos
días
al más loco de los
cuerdos
la que provoca locuras
que se reflejan en
versos.
Ella siempre
se encuentra ahí
con el pecho
descubierto
las lágrimas ensartadas
los ojos zanjando
entuertos
dispuesta a escuchar
palabras
que atraviesan los
desiertos
los arroyos, las
montañas
los barrancos y los
puertos…
y que al sentir su
mirada
sosiegan todos los
rezos.
Ella siempre se
encuentra ahí
recogiendo desalientos
los que voy catalogando
por los pasillos del
tiempo
los que consumen mis
fuerzas
los que me queman por
dentro
aquellos que me hacen
llorar
secar penas como diezmo
hundir mis pies en el
barro
y mi dolor en asedios.
A Ella…
A Ella le revelo todo
sin dobleces, sin
misterios.
A Ella le confieso
todos
los ecos de mis
silencios.
Con Ella comparto todos
los bordes de mi
universo…
desfilando por mi boca
una cascada de nervios
cuando se desata el
llanto
en un banco de su
templo
y veo en la lejanía
cómo agonizan
tormentos.
Porque Ella le da sentido
al suspiro de los besos
al pellizco en las
entrañas
a las llamas del
infierno
al principio de la vida
al ocaso de los huesos
al renglón equivocado
a los amores eternos
a los que penden de un
hilo
a los abrazos maternos
a los que tienden la
mano
a los que apagan
incendios
a los que cosen heridas
a los que no tienen
dueño
a los que envuelven
sonrisas
a los latidos pequeños
a las respuestas vacías
a los que hilvanan
empeños
a los que narran
leyendas
a los que emprenden
regreso
a los que envían
recados
más allá del
firmamento...
y a los que no
entienden que Ella
es la luz y el alimento
de este simple junta
letras
de este negado talento
que encontró en la Esperanza
-bendito fue aquel
encuentro-
el motivo para vivir
y el final para sus
cuentos.
Foto: Fran Silva
Foto: Fran Silva
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