Escuchaba el otro día en la radio a un experto sociólogo
determinar que el ser humano podía ser feliz si miraba el vaso de la vida medio
lleno y obviaba aquellos pensamientos negativos y dañinos, evitando de esta
forma que el alma se fuera atemorizando cada día.
Para
ello compartió un pequeño decálogo que el mismo había denominado como los diez
pasos para ser feliz.
Entre
otras cosas comentaba que hay que ser expresivo y cariñoso con los que nos
rodean, hay que fomentar la confianza en uno mismo y hay que descubrir quiénes
somos en realidad como puerta principal para avanzar y alcanzar nuestros
objetivos.
Tras
asimilar sus consejos, me quedé esperando a que comentara cómo uno puede ser
feliz si la propia vida es la que te va dejando piedras en el camino difíciles de
esquivar.
Porque…
¿Existe
felicidad para una madre que regresa a casa envuelta en lutos respirando dolor e impotencias?
¿Existe
felicidad para una hija que se despierta a medianoche al sentir de nuevo la voz
de un padre que ya no está junto a ella?
¿Existe
felicidad para el que vive solo, para el que consume drogas o para aquel o
aquella que tiene su cuerpo marcado por el maltrato?
Dudo
mucho que para estas personas la felicidad de la que hablaba este experto sea
la misma; es más, yo diría que no tiene nada que ver.
Pero
al igual que tú y que yo, estas personas están en su derecho de ir a buscarla,
de perseguirla, de abrazarla,…
Sólo
necesitan darse un poco más de tiempo, o darle la vuelta a ese vaso, o romperlo
directamente y buscar uno mucho más grande donde tengan cabida aquellas cicatrices
que hicieron una vez enmudecer a las propias palabras y al propio silencio.
Querida
felicidad, sigues teniendo un nombre precioso, pero qué complicada eres a veces
de alcanzar…
Comentarios
Publicar un comentario