Sin apenas darnos cuenta, la semana del año que detiene los
pulsos del reloj de los cofrades ha dado comienzo, y las primeras pisadas de
nazarenos se han quedado prendadas sobre los adoquines de la ciudad,
desabrochando promesas e ilusiones.
Es la cita remarcada en
el calendario que a algunos nos da la vida mientras que a otros le sale
sarpullidos por la piel con tan solo detenerse en ella.
En esta semana -entre
palcos y atascos-, nuestra ciudad se perfuma, se calza zapatos cómodos, se
maquilla sus penas y se va al encuentro de ese Dios al que algunos le rezan en
estampitas, otros lo hacen en recuerdos y algunos privilegiados tienen la
suerte de hacerlo in situ en aquellas Iglesias que no le tienen miedo a abrir
sus puertas con la que nos está cayendo.
Pero este encuentro con
las respuestas a muchas de nuestras preguntas no sólo lo propiciamos nosotros.
Me consta que a ese
Dios barnizado en maderas y ropajes también le gusta que al menos durante una
semana al año el aire de nuestras calles sacuda la sencillez de sus
mandamientos, de ahí que su mirada se vuelva misericordiosa con aquellos que
blasfeman en su nombre, matan en su nombre, pisotean a sus iguales en su nombre
y perdona -hasta setenta veces perdona-, a aquellos que lo niegan más de tres
veces al día.
Ojalá todos los
creyentes en Dios tuvieran la misma relación que tenemos nosotros con nuestro
Creador. Les aseguro que es mucho más fácil vivir con este clavo ardiendo al
que sin remedio nos agarramos, a pesar de las sombras, la maldad y la envidia
que encerramos en un cuerpo que, le pese a quien le pese, está hecho a su
imagen y semejanza.
Pasen y vayan tomando asiento,
que Aquel que tiene que borrar mis renglones torcidos les estará esperando.
Comentarios
Publicar un comentario