Regresando
a casa la otra noche, un buen amigo me confesó que últimamente cada vez que se
sienta a escribir -ya sea por encargo o por devoción-, se presagia más torpe y
con más dudas a la hora de juntar palabras.
Al
escucharlo, sus secretos me resultaron familiares, percatándome de cuánto nos
cuesta a algunos desnudar nuestra alma de tarde en tarde…
Pero
existe un abismo entre él y yo.
Nieto
e hijo de ese apellido que Jerez
debería de llevar hilvanado eternamente en los confines de sus fronteras, a Antonio Gallardo Monje le sobra ingenio
para expresar lo que por su mente deambula y dejar por escrito lo que su mirada
tanto echa de menos.
La
última prueba de ello fue lo que le contó en voz bajita a la Virgen de la Amargura el pasado sábado,
siendo más Gallardo que nunca tras
el atril ya que al fin dejó que su voz se asonantara entre plegarias y sonetos.
Fue
una delicia escucharte una vez más.
Amigo,
intuyo la presión que tienes que soportar cada vez que abres la boca o le pones
rima a dos versos, pero si me aceptas un consejo de escribano, lucha contra eso con las armas que la vida te
ha regalado: la herencia que circula por tu sangre y la confianza en tu talento,
ese que tienes prendio a las entrañas de tu alma.
Si
crees que debes de tomarte un tiempo, tómatelo.
Si
crees que tienes que detener tus pulsos, detenlos.
Si
crees que es mejor esperar, disfruta de la espera.
No
me gusta verte sufrir, y prefiero mil veces que silencies tus latidos para que los
ecos de tus sentidos se vayan ensolerando a verte mendigar aplausos de atril en
atril, como suspiran muchos otros.
Y
recuerda una cosa… ¿Habrá regalo más bonito que el que te llamemos Antonio, el nieto de Gallardo?
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