Desde hace unos cuantos días la ciudad de Jerez ha vuelto a recuperar
parte de esa sonrisa de pellizco que se le dibuja a su gente cuando el sol comienza
a pasearse por las calles de nuestras fronteras.
Es una sonrisa única y
que tiene un aroma inimitable que la hace totalmente diferente cada día.
Y la culpa de esta
pincelada de felicidad la tiene la reapertura de la Iglesia de Santiago del Real y
del Refugio, tras más de una década cerrada a cal y canto.
Y es que Santiago -la Iglesia de Santiago-, no es una Iglesia más que se sortean por
el entramado de adoquines de nuestra ciudad, ya que este edificio es el epicentro
de uno de los dos corazones que tenemos en Jerez.
Porque Jerez de la Frontera tiene dos
corazones que jalonan de su arte, de su magia, de su flamenco… y uno de ellos
se esconde en Santiago, con todo lo que eso significa para este rincón del sur y
para orgullo y envidia del mundo.
Pero ahora que lo
tenemos abierto para alegría de propios y extraños es cuando tenemos que
aprender a cuidar de él y a no ser ilusos con su uso y disfrute.
Si nos quedamos en la pátina
de belleza que le han dado a las piedras góticas gracias a la voluntad del dinero,
dejaremos a un lado lo verdaderamente importante que no es otra cosa que el
abrir la cerradura y los pasillos de un soberbio edificio cuya única finalidad
es rendir culto a Dios.
No hay más.
No busquen más.
No se queden en más
nada.
Qué curioso resulta que
ahora que el mundo reniega y pisotea el nombre de Dios, la Iglesia de Santiago desate de nuevo sus manos, descorra los recuerdos
y comience a hilvanar las heridas de un barrio tocado de muerte.
Santiago, gracias por
volver.
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