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Mostrando entradas de julio, 2017

Un paraíso cercano...

Tengo la suerte de vivir cerca de un paraíso natural que, visitado en pequeñas dosis, me enseña a vivir la vida, me muestra lo que es la vida, me regala y me da la vida.   Al menos en este detalle el destino no ha sido esquivo conmigo y con mi carácter. Pero les hablaba de mi paraíso, un trozo de tierra y agua a pocos kilómetros de mis huellas, donde las charlas se maridan con los cafés conservados en los termos que siempre conocí en casa de mi abuela; donde los bocadillos de nocilla abren de par en par los pasadizos de las nostalgias y donde los niños no se cansan de ser niños, de querer ser niños, de soñar con ser niños. En este paraíso siempre hay ruido. Siempre hay bullicio. Siempre hay un motivo para volver. Tiene este paraíso nombre y perfil de mujer, y le gusta ir tostando la piel desnuda de mi alma de manera pausada, sin prisas, parsimoniosamente, como un romance a medio escribir y como me tomo la vida al ver ese idilio eterno entre el mar y la orilla o ent

Crecer sin querer...

La escena la viví la otra mañana mientras esperaba turno para arreglar ciertos papeles relacionados con la casa de mi madre.    El aforo de aquel recinto rozaba el lleno a eso de las nueve; una madre sin paciencia le daba una y otra vez el móvil a su hijo pequeño de apenas un año para tenerlo distraído; el guarda de la puerta hacía funciones de conserje, de psicólogo, de confidente; mi vecino de asiento, Rogelio, me contó en media hora su vida, la de sus hijos, la de sus cultivos; … El ruido le vencía la batalla al aire gracias al sudor de esa jungla de ciudadanos impacientes que reclamaban sus injusticias por los impuestos a pagar mientras sus IPhone 7 no paraban de recibir mensajes de wasap. Y en medio de este lienzo costumbrista de una mañana de julio, descubrí la presencia de una niña que -acompañando a su madre-, me hizo ver que la infancia depende de la cuna en la que nazcas. Con las rodillas limpia de moratones y algunos dientes de leche a punto de despedirs

Cuando se dice te quiero...

Antonio Orozco dijo una vez que hay muchas maneras de decir te quiero , pero que nada es comparable al repeluco que nuestra piel siente cuando esas dos palabras recorren el mapa de nuestros lunares porque alguien nos lo dice al oído. A ciertas edades, hay ciertas palabras que uno necesita escucharlas de manera directa, sin rodeos y a sabiendas que ese juego de latidos puede hacernos olvidar un mal día o puede calmar una tarde de llanto y soledad. Por eso, cuando se dice te quiero , el alma descorre los pestillos donde la felicidad duerme y se pinta dos sonrisas que saben a tiempo hilvanado a la memoria, a rostro envuelto en recuerdos, a sabanas y amaneceres de escalofríos. Cuando se dice te quiero , uno se siente un valiente en mitad de la batalla que es capaz de enfrentarse a los requiebros del corazón con el pecho descubierto; a las gotas de lluvia en primavera con promesas encendidas; al frío del desierto por la noche con hogueras de caricias, … Cuando se dice t