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La luz del mundo...

En un par de horas el mundo asistirá de nuevo al nacimiento de la luz con la que se maquillan de sonrisas los horizontes, las montañas, los mares…

Y lo hará como cada 24 de diciembre, en un portal pequeño, sucio, alejado del ruido y rodeado de ruidos lejanos, justo cuando un gallo entorne los ojos y unos pastores sientan escalofríos en la mirada.

Como cada año, sus padres le pondrán por nombre Jesús. Su madre llorará por las esquinas del tiempo durante tres décadas para quedarse seca y sin lágrimas al leer el penúltimo verso de las Sagradas Escrituras, y su padre terrenal callará disimuladamente sus dudas de fe, entre astillas y clavos con sabor a muerte.

Hoy nace de nuevo Jesús de Nazaret. El Hijo del Carpintero. El Mesías esperado, barnizado de piel y huesos.

Pero para este escribano de barro que sólo sabe juntar letras hoy nace al mundo el alfa y el omega de sus suspiros.

Aquél en el que creo de manera confiada; con el que me cabreo cada tres por cuatro; el que cura las fracturas de mis anhelos cuando me dan guantadas sin mano aquellos que dicen llamarse amigos.

El que me dio la vida, apuntando mis apellidos en el libro de actas del cielo; el único que puede tachar mi nombre cuando San Pedro me dé la bienvenida entre paraísos eternos.  

El que llena de Esperanzas y Salud mis palabras, mis latidos, mis sueños…

Al que necesito como la primavera necesita al azahar, como el pabilo necesita a la cera nazarena, como las alpargatas necesitan a los racheos de vuelta a casa.

Al que busco entre izquierdos en la orilla de la playa, en narraciones donde mi voz se desangra, en marchas a media luz y estampas de mesitas de noche.   

Al que encuentro en retablos carcomidos por la envidia, el que me espera silentemente en un sagrario de rezos, el que sabe de mí todo aquello que yo ignoro de mí mismo.   

El que nace hoy es el dueño de lo que soy, de lo que he sido, de lo que si Él quiere llegaré a ser.

Es el resquicio al que me agarro cuando mis paredes tiemblan y los pasillos de mis bostezos se vuelven oscuros.

Es el que me ayuda a levantarme cuando mis caídas son socavones de silencios.

Es el que me arropa por las noches cuando mis sábanas sudan pesadillas.

Ese niño que nace hoy es la mano que guía la ceguera de mis huellas, es el compás con el que danzan las estelas de mis dobleces, es el artículo inacabado de una mañana de domingo…

Hoy nace mi Dios, simple y sencillamente, mi Dios.

Déjenme que vaya a buscarlo para darle la bienvenida que se merece.

¡¡Feliz Navidad!!

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