La
luz del Martes Santo suele reflejarse en las capas negras de los nazarenos de
los Judíos de San Mateo cuando el sol comienza a deshojarse por la anchura
amurallada de la ciudad. A esa hora, hace calor, se tiene sed, y por los
aledaños de Santiago las ramas del olivo se turnan en las ventanas del templo para
ver pasar a una de las grandes arterias de fe que la ciudad tiene en sus
adentros.
Fe que tiene nombre y
apellidos, los que conforman el listado de hermanos que, en la negrura de sus
silencios, van caminando por la baranda de las huellas de la tarde,
desmadejando esas promesas de alcoba que sólo se calman cuando los sueños son
velados por una papeleta de sitio ya pagada.
El que acude a ver a la
hermandad de Los Judíos se detiene ante un hormigueo en el alma, ante una raya
bicolor en el cielo, ante un chorro de vida cuando la vida suspira, desesperadamente, clemencias entre chorros.
Clemencia… esa palabra
que pide el Señor del barrio ajusticiado por el abandono local y que, sentado
sobre una peña, busca desconsuelos en diálogos imposibles.
Clemencia… la que se va
acumulando sobre su espalda agrietada por miradas y egoísmos, por rencores y
soberbias, por mutismos y por mentiras cómplices,… todas ellas salpicadas de sal
y de barro.
Clemencia… una palabra
que dos siglos después, sigue azotando la piel del Alfa y el Omega de esta
bendita locura, locura que nos impide valorar lo que tenemos porque no tenemos
valor de volvernos locos con nuestro Alfa y Omega.
La estampa de ese
reguero entrelazando penitas, la fotografía prestada de ese rinconcito de nosotros,
el instante trazado por pinceles para conformar esa calle que es nuestra, y que
no pertenece a más nadie, es este año nuestro cartel de la Semana Santa 2018.
No busquen más. No le busquen
más fallos. No miren ahora para otro lado. Uno se cansa de escuchar voces que
se creen con la verdad absoluta y que de todo entienden, porque los demás, sin
entender, también tienen su verdad, también tienen su voz.
Relájense un poquito y disfruten
del cartel. Acérquense a esa ventana abierta por colores, y respiren, suave y
quedamente, como respira Jerez cuando el mismo Martes Santo se busca entre
judíos.
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