Tengo claro que si le debo un gracias eterno a alguien
en este mundo es a la mujer que durante nueve meses me llevo en las entrañas de
su ser, y me dio el regalo más grande que una madre puede darnos: la vida.
Nada
de lo que sucede bajo el sol de mis días tiene sentido sin la mirada caliente
de esa mujer que cada mañana, con sus achaques y sus arrugas gastadas, le echa
un pulso al tiempo para ganarle la batalla a la rutina en el campo de las
horas.
No
concibo la vida sin ella, y al mirarla, la vida pinta un arco iris de nubes
blancas en su delantal a cuadros.
Pero
claro, detrás de su corazón de madre late su corazón de mujer, entregada,
preocupada, valiente… que jamás consintió que nadie le dijera cómo deben de ser
las cosas en su mundo, ese paraíso donde nacen la belleza y el silencio.
Y
es que la mujer no es la posesión de nadie, no es el capricho de nadie, no es
la playa descalza donde el hombre deja anclada sus huellas de maldad… no…
La
mujer, simplemente, es la mujer, con su nombre y apellidos, con sus luces y sus
sombras, con sus cosas… igual que las tienes tú, igual que las tengo yo…
La
mujer es el horizonte donde el sol se acuna y la luna se refleja… es la noche y
el día juntos, es la compañera de viaje perfecta y amarla es el viaje más maravilloso
que podemos emprender.
No
hay más…
No
hay adjetivos…
No
la etiqueten…
Una
mujer es… simplemente, una mujer, en mayúsculas y con la letra muy clara.
Junto a Ellas, nuestros miedos se consuelan
enhebrando banderas de regreso
por si al amanecer, nos desconsuelan…
La soledad claudica, y pincha en hueso
cuando sus voces, de nosotros velan,
serenando su rabia con un beso.
El
día que la mujer se levante en armas y ordene el mundo, que el mundo se prepare
pues ese día sabrá realmente, lo que vale una mujer.
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